martes, diciembre 13, 2005

¡Adios Papel Moneda!

Qué podemos hacer.

Es impresionante, realmente insostenible, que vivamos en un país, donde tu papel moneda no sirva, que el mismo gobierno federal haga mecanismos para que lo poco que generes no sirva. No si sea esto permitido por la constitución. Y lo peor, que los diputados que nos representan no hagan nada por esto.

Yo radico en una población donde no hay gasolinera, donde el servicio de internet es él más básico y sólo una empresa lo provee. Tampoco hay banco alguno. Para comprar gasolina tengo que recorrer 30 Km y este establecimiento no cuenta con teléfono, no existe servicio ni de línea, ni celular.

Como soy una persona física con actividad empresarial, tengo la necesidad de pedir comprobantes fiscales de todos los gastos, pero ahora EL PAPEL MONEDA MEXICANO NO SIRVE PARA COMPRAR GASOLINA.

Necesito pagar con cheque: no lo aceptan; mi vendedor no puede traer mi chequera. ¿Por medio de tarjeta?: no hay gasolinera en esta zona que de este servicio (120 Km a la redonda). Tengo que depositar a un banco (100 Km) regresar con el comprobante, esperar 2 días para aparezca el deposito en su cuenta, porque la cuenta de la gasolinera y mi cuenta son de diferentes bancos. Y algo tan sencillo como pagar combustible para trasladarte es ahora un predicamento complicado, tardado y costoso. En lugar de tratar de motivar, de acelerar, de apoyar las famosas PYMES, con esto las obstaculizan y las desmotivan.

Estoy seguro que como yo, están miles de causantes que hemos permitido, que la SHCP haga lo que quiera con nosotros.

Antes el comer en un restaurante era deducible, ahora no.
Antes se me asignaba un salario y era deducible, ahora no.
Antes con $100.00 compraba 25 lts de gasolina, ahora compro 14.
Antes con papel moneda (billetes) compraba gasolina ahora no.

Y NO HACEMOS NADA. MANDO ESTE MENSAJE CON EL FIN DE MANIFESTAR MI DESCONTENTO Y, SI TU TAMBIEN LO ESTAS, REENVIALO, HASTA QUE, SI ES POSIBLE, LAS AUTORIDADES VEAN SU ERROR.

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lunes, diciembre 12, 2005

México 2006: La Disputa por la Nación, Denise Dresser

(No citar sin atribución)

México frente al 2006. Un horizonte poblado por priístas hambrientos, panistas que ya no quieren ser foxistas, lopezobradoristas esperanzados, independientes confundidos. Encuestas fluidas que reflejan realidades complejas. Encuestas que hablan de una elección reñida. Aguerrida. Competitiva. Difícil.

Allí están los números que revelan a un PRI vivo, un PRI enraizado, un PRI que nunca se fue. Un PRI que Vicente Fox no quiso debilitar cuando hubiera podido hacerlo y ahora enfrenta las consecuencias de esa decisión. Allí sigue, en control del mayor número de gubernaturas y presidencias municipales, junto con la estructura y los recursos que ofrecen. Allí sigue, a lo largo y a lo ancho del país. Dividido en la cúpula pero presente en las bases.

Allí está un PAN con un candidato que sube en las encuestas pero que enfrenta problemas como partido. Un PAN con una distribución homogénea a nivel nacional pero desigual a nivel municipal. Cuyo máximo de votación nunca supera el mínimo del PRI. Competitivo pero poco entusiasmado. Un PAN que paga cinco años de foxismo y sus costos.

Y allí están los datos que descubren a un PRD que por primera vez desde su fundación, tiene un candidato que ocupa el primer lugar en las encuestas desde hace 30 meses. Un PRD que aprovecha la popularidad del Peje y se monta encima de ella. Pero con problemas de representación en muchos estados y simplemente invisible en otros.

Esa es la realidad que los datos arrojan hoy. Esa es la imagen instantánea que las encuestas vislumbran ahora. Pero el escenario electoral que se avecina quizás se vuelva fluido e inestable.
AMLO, como puntero, se ha convertido en el blanco permanente de los ataques lanzados por quienes vienen detrás. La burbuja post-desafuero parece haberse evaporado y comienza a caer. Y eso podría llevar a uuna elección cerrada entre “tercios”, donde quien gana lo hace con menos de un punto de diferencia. Una elección cerrada con resultados impredecibles, donde el vencido no acepta los resultados y el vencedor intenta imponerlos. Una elección cuestionada que acaba en los tribunales o en las calles.

El escenario del empate es aterrador pero no implausible. El que AMLO sea puntero no significa que será vencedor. El que AMLO esté al frente de la preferencias no implica que se convertirán en votos. El que AMLO corra hoy a la cabeza de la carrera no entraña que pueda ganarla. Mucho dependerá de la movilización y de la participación. Y de lo que pase con sus contrincantes. Si el PAN logra ascender y quedarse en segundo lugar, y el PRI baja a tercero, México podría presenciar un nuevo voto útil; un voto estratégido que se divide entre el PAN y el PRD, ante la descomposición priísta.
López Obrador está haciendo campaña como “outsider” al sistema tradicional y se presenta como un hombre dispuesto a limpiarlo. Está armando una candidatura que promete alterar el status quo y producir cambio real para los desposeídos de México. El PRI por su parte, busca construir una coalición de aquellos desilusionados con la democracia y la ineficacia del gobierno del PAN. Roberto Madrazo se posicionará como el hombre que “puede hacer las cosas” – en contraste con Vicente y Fox y el PAN – aunque las haga de la vieja manera.
Frente a estas dos opciones, el PAN y Felipe Calderón intentan erigirse como muros de contención y lo harán con dificultad. Aunque Vicente Fox “registra uno de sus mejores momentos del sexenio” el PAN no. En el 2003, mientras el PRI avanza el PAN retrocede. En el 2005 no gana una sola gubernatura y su votación desciende en estados cruciales. Aunque Fox siga siendo muy popular, su partido ya no lo es tanto.

Dice el dicho que la política es una guerra civil por otros medios y la elección del 2006 lo constata. Porque será una contienda competitiva. Una contienda aguerrida. Una contienda en la que haya más en juego que el arribo de un candidato y el partido que lo postuló. En ella se dirimirán cosas con consecuencias radicales y resultados determinantes. En ella se confrontarán visiones distintas y posiciones diametralmente opuestas. El 2 de julio del año próximo alguien ganará la disputa por la nación, pero le costará trabajo gobernarla.

Una nación que todavía no sabe qué quiere ser cuando crezca. Una sociedad entrampada en la indecisión. Un país que todavía se pregunta si le va a apostar a las fuerzas del mercado o a la intervención del Estado. Si apoya el modelo económico de los últimos veinte años o prefiere rechazarlo. Si México quiere ser un país rico con muchos pobres o un país donde los pobres puedan dejar de serlo. Si aún cree en los preceptos rectores de la Revolución o piensa que ya es es hora de reinventarlos. Si el gobierno debe ser motor del desarrollo o tan sólo encauzarlo. Preguntas perennes, repetitivas, sin respuestas claras. Preguntas de un país que se niega a decidir. A optar. A asumir los costos que entrañaría hacerlo.

Ahora, por primera vez, la elección presidencial se presenta como una opción clara. Como una opción contundente. Como una disyuntiva entre un modelo y otro. Como un debate ideológico entre candidatos con mapas mentales opuestos y perfiles ideológicos disímiles. Y por ello, el 2 de julio del 2002 será diferente al 2 de julio del 2006. Entonces, la elección fue un referendum entre cambio y continuidad; ahora, será una contienda entre políticas públicas y cómo instrumentarlas. Entonces, la elección fue un concurso de popularidad; ahora, se centrará en modelos alternativos de gobernabilidad. Modelos alternativos de pensar en la política y la economía encabezados por un hombre carismático con un partido débil, un hombre con buenas ideas y un partido que ya pasó por el poder sin hacer gran cosa con él, y un hombre cuestionado pero con una maquinaria nacional a su dispoción. El bueno, el malo y el feo. Y cada elector decidirá quién es quién.

Felipe Calderón: Candidato en Construcción

Con la candidatura de Felipe Calderón el PAN recupera la esperanza. Recupera la unidad. Recupera la capacidad de mirarse a sí mismo en el espejo sin voltear la mirada. Porque con Creel como candidato, el PAN se encaminaba a una derrota anticipada, a una muerte anunciada. Con Creel como candidato, el PAN iba rumbo a un lejano tercer lugar. La candidatura de Felipe Calderón le permite al PAN levantar la cabeza y competir sin pena, sin verguenza. Calderón le devuelve el honor perdido a un partido deprimido. Calderón capitaliza la frustración del PAN y ofrece una salida a ella.

Una salida digna con un candidato que también lo es. Aunque Felipe Calderón no sea un político carismático, es un político inteligente. Aunque Felipe Calderón no sea un hombre Totalmente Palacio, es un hombre totalmente panista. No es el pensador más original pero es el candidato más serio. No es el líder más visionario pero es el panista más consistente. Nació en el PAN y siempre ha vivido allí. Pensando en la doctrina e impulsándola. Respetando los principios y promoviéndolos. Calderón ofrece regresar al PAN a sus orígenes y es quien puede asegurarlo.

Y ese es el dilema para el cual el Partido Acción Nacional no tiene solución. La vuelta al PAN de antes llevará – inevitablemente – a perder la presidencia. Porque quienes creen que Felipe Calderón puede ganar la elección presidencial, también piensan que Vicente Fox ganó gracias al PAN y a la movilización partidista que el partido le ofreció. Pero Vicente Fox llegó a Los Pinos en el 2000 por la manera en que amplió a su partido y lo hizo crecer. Con el “voto útil” y los votos que produjo. Con el pragmatismo que hoy los panistas critican pero que hace cinco años tanto los benefició. Con una candidatura carismática que logró armar una coalición heterogénea y arrebatársela al PRI. Hoy Calderón propone regresar a un PAN sólido, compacto, purista, doctrinario. Un PAN que es la antítesis del foxismo y se define en oposición a él. Un PAN que será más pequeño, más angosto, menos capaz de conseguir apoyos multi-clasistas y ganar una elección nacional con ellos. El problema para el PAN en el 2006 no es que a Felipe Calderón le falte madera presidencial. El problema es que el bosque panista no tiene suficientes árboles.

Entrevista tras entrevista, promesa tras promesa, Felipe Calderón construye su candidatura. El político con el ceño fruncido aprende a sonreir. Y tendrá que hacerlo más y mejor. Porque dado quién es y del partido que viene, no va a ser fácil remontar, convencer, ganar. La elección del 2006 se vislumbra como una batalla frontal entre entre dos maneras de ver a México y cambiarlo. Dos formas de entender a la economía y hacerla crecer. Dos prismas para mirar al mundo y relacionarse con él. Una elección entre lo blanco y lo negro. Y para avanzar, Felipe Calderón tendrá que trascender el color con el cual se le asocia hoy: un tenue tono de gris.

Porque Calderón va subiendo en las encuestas. Va creciendo en las preferencias. Va armando apoyos entre los empresarios. Va despertando interés entre las clases medias. Aprovecha los espacios que un PRI desacreditado y cada vez más desgajado va dejando tras de sí. Arrebata a los indecisos que antes apoyaban a AMLO porque no tenían otro lugar a donde ir. Se presenta como una opción viable ante un priísmo corrupto y un perredismo atemorizante. Entre 25-27 por ciento de la población lo percibe como una bocanada de aire fresco. Un salvavidas blanquiazul. Un candidato aburrido pero confiable. Un candidato aplaudido porque – por lo menos -- no es los otros dos.

Pero antes de abrazarlo sin miramientos habría que examinarlo bien. Antes de alzarlo en hombros habría que evaluar lo que instrumentará sentado allí. Calderón dice qué va a hacer, pero no cómo. Dice que no repetirá los errores de Fox, pero no se atreve a listar cuáles son. Dice que ofrecerá un México moderno, pero no precisa de qué manera pavimentará la ruta para alcanzarlo. Dice mucho de lo mismo que decía el presidente durante su campaña, pero no explica porqué él sí podrá lograrlo. A Calderón le sobran propuestas pero le faltan pasos específicos para hacerlas realidad. Le sobran buenas ideas pero aún no logra aterrizarlas. Enfatiza que su candidatura representa el futuro, pero todavía no articula cómo se librará del pasado. Ese pasado reciente en el cual el PAN fue partido en el poder y no supo como usarlo.

Es claro que Calderón – y el PAN -- ya eligieron dónde quieren estar parados. Cerca de la globalización y lejos del proteccionismo. Cerca del mercado y lejos del Estado. Cerca de Irlanda y lejos de Argentina. Por ello él habla de la inversión; por ello habla de la productividad; por ello habla de otras experiencias globales y la necesidad de emularlas. Calderón está mirando hacia adelante y hacia afuera, con la esperanza de que el país pose la mirada allí. Con inversión privada en energía. Con competencia eficaz en telecomunicaciones. Con el desmantelamiento de los cuellos de botella que aprisionan a la economía y explican su estancamiento. Calderón le apuesta al supermercado de la integración global por encima del laberinto de la soledad.

Y esas propuestas parecen razonables. Se antojan factibles. Apelan a quienes entienden lo que México necesita hacer para modernizarse, para crecer, para innovar, para competir. El problema es que México ya escuchó esas ideas. Ya memorizó esas palabras. Son las mismas que pronunciaron Fox y Zedillo y Salinas. Al oir a Calderón es imposible no sentir un poco de deja vú. Porque sus palabras son las del “consenso de Washington”; el recetario formulado desde los 80s para restructurar a las economías latinoamericanas y transformarlas. Para abrir los mercados y modernizarlos. Para salvar a México de sí mismo, vinculándolo con el mundo.

Desde hace veinte años, México oye esas palabras las sigue. Las pone en práctica. Pero lo hace mal. Con privatizaciones poco transparentes y poco reguladas. Con cambios económicos que benefician a muchos empresarios pero a pocos consumidores. Con una apertura comercial que no es acompañada por una política industrial. Con los resultados a la vista: una economía que no crece lo suficiente, una clase empresarial que no compite lo suficiente, un arreglo socio-económico que no crea la riqueza suficiente y se apropia de la que hay. Allí están los sectores privilegiados y los intereses protegidos y los sindicatos apapachados y los monopolios públicos y los duopolios privados.

Frente a eso Felipe Calderón ofrece – en esencia – más de lo mismo. La misma retórica modernizadora, la misma agenda privatizadora, la misma apuesta a “las reformas que el país necesita”. Y el problema es que eso no bastará. Para modernizar a México no será suficiente usar las palabras correctas ni prometer los planes adecuados. Hacerlo requerirá actuar en varios terrenos cruciales. Requerirá confrontar a los sectores privilegiados y a los intereses enquistados. Requerirá convencer a una población cada vez más escéptica en torno a las reformas estructurales y su necesidad. Requerirá construir una mayoría legislativa que apoye los cambios requeridos en vez de sabotearlos a cada paso.

El yugo para Calderón es que Fox intentó hacer precisamente eso y falló. El PAN prometió hacer lo mismo en este sexenio y no cumplió. Pero ahora ambos aseguran que sí sabrán cómo hacerlo. Negociar. Convencer. Ofrecer zanahorias y empuñar garrotes. Domesticar a los sindicatos recalcitrantes y a los empresarios monopólicos. Construir apoyos cuando sea posible y comprarlos cuando sea necesario. Armar una mayoría legislativa con diputados del PRI, que se unirán porque no sobrevivirían políticamente de lo contrario. Crear un gobierno panista dispuesto a usar su autoridad cuando a lo largo de cinco años rehusó hacerlo. Ejercer el poder en vez de sólo compartirlo.

Estas son tareas titánticas para alguien cuyos hombros parecen pequeños. Cuya historia no revela el arrojo que requerirán. Cuyo paso por el poder no demuestra una vocación para usarlo con ganas. Pero si Calderón quiere ganar y gobernar tendrá que asumirlas y aclarar cómo las enfrentará.

Andres Manuel Lopez Obrador: Candidato Aguerrido

A pesar de una serie de video-escándalos que involucran a varios de sus colaboradores cercanos. López Obrador lleva 30 meses al frente de las encuestas, con altos niveles de aprobación. A pesar de su erosión reciente sigue siendo el puntero indiscutible. Por qué?

Porque a menos de que termine bajo tierra, Andrés Manuel López Obrador tiene la posibilidad real de ser presidente del país algún día. Y no lo será necesariamente gracias a sus méritos sino gracias a sus enemigos. No lo será necesariamente debido a las propuestas que ha defendido sino a las patadas que le han propinado. Porque México ama feroz y desesperadamente a sus mártires. A sus víctimas. A todos aquellos que han enfrentado la persecución injusta. A todos aquellos que han vivido la amenaza arbitraria. A todos aquellos que han padecido el peso del Poder. Allí está Madero, allí está Villa, allí está Zapata. Consagrados en los cuadros con su efigie y en las calles con su nombre, en los discursos políticos y en la memoria de los mexicanos. Consagrados por asumir las causas del “pueblo” y pelear en su nombre. Venerados por pelear contra la injusticia y evidenciarla. Héroes, todos. Mártires, todos.

López Obrador puede convertirse en el gran ganador porque tiene la trama ganadora. Porque como dice el cineasta Errol Morris, la gente piensa en narrativas; en principio y fin. La gente piensa en función de historias sencillas y tramas intelegibles. Los buenos y los malos, los héroes y los villanos, los pobres y los ricos, los que hablan en nombre del pueblo y los que buscan callarlo.

Porque en México, el poder se conquista con narrativas de injusticia y redención. La reputación se consolida a golpes de tesis y antítesis, de manera maniquea. Los buenos y los malos. Los caudillos que han luchado por México y los traidores que lo han saboteado. Hidalgo vs la colonia española; Juárez vs Maximiliano; Madero vs Porfirio Díaz; Cárdenas vs los intereses petroleros. El rayo de esperanza vs el complot de la cúpula. Andrés Manuel López Obrador entiende este cuento a la perfección. Sabe cómo usarlo.

Lópex Obrador fue el gran ganador del desafuero: Hizo lo que siempre ha hecho: confrontar para escalar costos, escalar costos para producir conflictos, producir conflictos para obtener salidas negociadas. Jorge Castañeda lo sugirió: a AMLO había que pararlo a la buena o a la mala. Pues allí están los resultados de hacerlo a la mala. Un presidente que ya no podía salir de Los Pinos sin escuchar reclamos de estudiantes. Un gobierno criticado – a nivel internacional – por traicionar un proceso democrático que le permitió llegar al poder. Una Primera Dama – la Salomé de Celaya -- que será recordada por pedir la cabeza de un mártir. Un Secretario de Gobernación conocido como el Chico Totalmente Torpe. Un vocero presidencial que ya no quería hablar. Una Procuraduría que padeció revés tras revés. Un PAN que se enorgulleció de “exponer” a un mártir cuando ha contribuido a crearlo. Y un AMLO convertido en víctima. Un AMLO cuyos enemigos han vuelto – por lo menos temporalmente -- indestructible.

Qué retos/ problemas enfrenta en su camino a la presidencia?
Antes se le comparaba con Lula y ahora se le compara con Chávez. Antes se aplaudía su moderación y ahora se condena su estridencia. Antes parecía el líder inevitable de una izquierda moderna y ahora parece el dirigente polarizador de una izquierda recalcitrante. Para muchos miembros de la clase media, el Peje ya no es un político al cual hay que impulsar, sino un hombre peligroso al que es necesario frenar. Se dice que pondría al país al paso del precipicio y al borde de la bancarrota. Se dice que si el Peje llegara a la presidencia, México acabaría como el Periférico. La consigna creciente parece ser “cualquiera menos AMLO”.

Aunque lo quiera o no, la percepción pública de Andrés Manuel López Obrador está vinculada a la figura controvertida de Hugo Chávez. A la reputación de Hugo Chávez. A la sombra de Hugo Chávez. A los temores que incita y los miedos que provoca. A la polarización que ha producido en el país que gobierna. Las comparaciones son inevitables por el lenguaje compartido, por la conducta confrontacional, por el cuestionamiento incesante del status quo que los dos deploran. Ambos hablan de la purificación de la vida nacional y cómo lograrla. Ambos hablan de las instituciones corruptas y cómo combatirlas. Ambos hablan de “el pueblo” y cómo rescatarlo. Ambos descalifican, ambos acusan, ambos confrontan. Ambos miran al Establishment político y desprecian lo que ven allí. Congresistas corruptos y políticos rapaces; empresarios que ordeñan al país y quieren seguir haciéndolo; elites que protegen sus intereses y ciudadanos que pagan el precio.

El diagnóstico que López Obrador hace de la vida nacional es acertado. México se ha convertido en un país de pobres marginados y ricos amurallados; de bodas fastuosas en Valle de Bravo y marchas multitudinarias en el Zócalo; de rescates bancarios y mexicanos sin salvación. AMLO revela una verdad ampliamente reconocida pero poco discutida: México no es un país de ciudadanos sino de intereses. Y de allí su popularidad. De allí la percepción de su honestidad. Saca a la luz el espejo enterrado y confronta al país con su propio reflejo. Con el perfil de la desigualdad. Con los rasgos de la inequidad. Con la imagen de un país partido en dos, donde pocos ganan y muchos pierden.

Sin embargo, la solución que AMLO – hoy -- ofrece para los males del país dista de serlo. Ofrece planes que huelen a viejo; presenta ideas que son insuficientes; propone alternativas que en realidad no lo son. Sabe lo que no funciona pero no sabe cómo arregarlo. Y el problema es que cree que lo sabe. Cree que los buenos deseos de “Un Proyecto Alternativo de Nación” bastan para gobernar, para transformar, para refundar. No escucha a quienes quisieran decirle que no es así. Lo más preocupante de López Obrador no es su retórica sino su reticencia. Lo más alarmante de López Obrador no es su “populismo” sino su tosudez. Su ignorancia sobre su propia ignorancia. Su aparente desprecio por la democracia construida sobre los cimientos de la ciudadanía.

Ahora bien, López Obrador es producto de sus enemigos. Es un político providencial creado por un sistema disfuncional. AMLO crece porque otros se encogen; AMLO avanza porque otros retroceden; AMLO gana porque otros son artífices de su propia perdición. Porque el PRI no se reforma sino se canibaliza. Porque el Congreso sabotea reformas en lugar de fomentar su aprobación. Porque el Poder Judicial no se moderniza sino se politiza. Porque el sector empresarial defiende posiciones privilegiadas a pesar del costo que entrañan para los consumidores y el país que habitan. Porque la partidocracia reinante debilita el funcionamiento de la democracia incipiente. Porque la impunidad persiste en las calles y en el Congreso, en TV Azteca y en Ciudad Juárez.

AMLO existe hoy por todo aquello que la clase dirigente tendría que haber hecho ayer: reformarse, renovarse, promover el acercamiento con la población en vez de ignorarla. El mejor antídoto a López Obrador sería una democracia funcional y una política econoómica que supiera qué hacer con los pobres.

Roberto Madrazo: Candidato Cuestionado

Mientras tanto, el PRI lleva cinco años reorganizándose a nivel estatal y local, ganando posiciones en la periferia como una forma de ganar el centro. El PRI se ha aprovechado de la parálisis del gobierno foxista y regresa no por lo que ofrece sino por los vacíos que llena. Regresa por default, con líderes desacreditados, con profundas divisiones. Regresa porque puede. Y utiliza todos los mecanismos tradicionales a su alcance: el dinero, la intimidación, la movilización clientelista, los niveles bajos de participación. Reproduce el modelo con el cual ganó en Tijuana y en el Estado de México por todo el país. Y con ello manda un mensaje: para ganar el PRI no necesita modernizarse. Puede seguir siendo como siempre ha sido y aún así, regresar.

Por eso, Roberto Madrazo es el candidato de los desilusionados con la democracia. De los que creen – como él lo argumenta – que “la pura alternancia no nos ha llevado a ningún lado”. De los que prefieren la corrupción compartida del PRI a la ineptitud institucionalizada del PAN. Madrazo le apuesta a la añoranza por los que sí sabían cómo hacerlo, por el viejo sistema de reglas claras y complicidades predecibles.

Muchos dirán – y ya dicen -- que ese sueño del pasado es preferible a la pesadilla del presente. Que es mejor la eficacia negra a la ineficiencia gris. Que más vale el priísta malo por conocido que el perredista malo por conocer.

Para la gran mayoría de los priístas, Madrazo es la gallina de los huevos de oro. Es el que levanta al PRI del piso y lo pone a ganar. Es el que ofrece reconquistar la República y lo va logrando. Es el que promete el regreso a los viejos modos, a las viejas maneras, a la forma de vida que fue y que a tantos benefició. Madrazo ofrece la restauración y hay millones de priístas hambrientos que la necesitan. Aunque el tabasqueño huela a viejo, huele a conocido. Aunque sea el candidato potencial con los negativos más altos, cuenta con los apoyos priístas más extensos.

Por eso a Madrazo no le quita el sueño “ser impugnado por la sociedad”. Por eso a Madrazo no le preocupa la mala percepción que ciertos sectores de la población tienen de él. Piensa que no los necesita. Su apuesta es al voto duro del PRI y a la baja participación del país. Su apuesta es la la movilización de los priístas y a la desilusión de los ciudadanos. Su apuesta es la maquinaria engrasada que aplastará a las redes ciudadanas.

El predominio de Madrazo es síntoma de un problema más profundo. El PRI no cambia porque el país mismo no se lo exige. El PRI no evoluciona porque nadie le pide que lo haga. El PRI no limpia su propia casa porque la del vecino está igual de sucia. El pragmatismo inescrupuloso de los priístas refleja el de muchos mexicanos. El PRI sigue alli porque el país que gobernó durante tanto tiempo sigue allí. El pequeño priísta que muchos mexicanos cargan dentro todavía vive.

Miles siguen votando por el PRI porque perciben a la política como un intercambio de favores, como una circulación de prebendas, como una protección continua de intereses compartidos. El mejor político no es el que defiende la ley, sino el que la dobla y desparrama los beneficios que conlleva hacerlo. Madrazo encuentra interlocutores porque habla su idioma; encuentra electores porque los entiende; se monta encima de los mexicanos porque se lo permiten. Roberto Madrazo es un espejo de los males de México.

Y el PRI de Madrazo es el peor PRI. Los métodos de Madrazo son los peores métodos. El PRI que ha resucitado no es el partido modernizador y tecnoburocrático de los 80s y 90s. No es el partido que propuso reformas necesarias y reconoció realidades innegables. No es una organización encabezada por hombres autoritarios pero visionarios. El PRI de Madrazo es un conjunto de caudillos rapaces que conciben al país como su coto, y lo gobernarán como tal. Es un manojo de mafias que buscan actuar libremente, y desmantelarán las pocas instituciones autónomas para lograrlo.

Ante estas posiciones claramente definidas, contrasta la ambiguedad del PRI. Ante estas posturas claramente opuestas, resalta la ambivalencia de Roberto Madrazo. Tanto el partido como como su candidato se retuercen, se escurren, no quieren comprometerse y rehuyen hacerlo. Cuando se les pregunta sobre las reformas estructurales, apoyan “cualquiera que eleve el nivel de vida de la población”. Cuando se les cuestiona sobre el sector energético, contestan que será necesario modernizarlo, pero no dicen cómo. Cuando se les interroga sobre la reforma fiscal, contestan de manera cantinflesca al estilo de Roberto Madrazo: “Yo no soy partidario de la reforma fiscal, porque voy a terminar cobrándoles más impuestos, porque quiere decir que necesito más dinero como gobierno, y una reforma fiscal hacendaria tiene que ver también con el gasto”.

El PRI lleva mucho tiempo golpeándose y poco tiempo definiéndose. Lleva meses mirando imponer consensos hacia adentro en vez de contruirlos hacia afuera. Todavía está decidiendo qué tipo de partido quiere ser, qué quiere proponer, por qué está dispuesto a pelear. Y es poco probable que lo logre. Como el PRI no fue fundado para luchar por el poder ahora sólo sabe hacerlo a golpes. Como no fue creado para proponer ideas ahora las rehuye. Como lo único que tiene en su favor es una maquinaria electoral heterogénea, no quiere alienar a alguna de sus tuercas. Por eso a veces es neopopulista y a veces es neoliberal; a veces aplaude las reformas estructurales y a veces las condena. La definición entrañaría la exclusión y el PRI no quiere perder a más de sus miembros. Para el PRI no importa con qué ideas se llega al poder; basta con arribar unido. Y apropiarse de él para que no los vuelvan a sacar nunca.


El Meollo del Asunto

Allí estamos hoy. El triunfo de Vicente Fox y los cinco años de su presidencia son – ahora lo sabemos -- sólo una batalla más. No basta con transferir el poder a otro partido si no se fomenta su institucionalización. No basta con la voluntad de los buenos ni la derrota de los malos en julio del 2000. No basta con imaginar la democracia y anunciar su arribo. A México le falta aprender a pelear, de manera cotidiana, por ella.
Y entender que los fracasos del foxismo son producto de fuerzas más complejas que una simple falta de liderazgo. México es un sistema presidencialista que opera con una lógica parlamentaria, donde los poderes del presidente están acotados por un gobierno dividido. Ese seguirá siendo el caso, gane quien gane en el 2006. Quien sea electo entonces se enfrentará a la misma parálisis legislativa y se estrellará contra el muro de la recalcitrancia en el Congreso. Porque hoy por hoy, los partidos de oposición no tienen ningún incentivo para colaborar con el Ejecutivo en turno. Tienen todos los incentivos para sabotearlo, ya que paralizar al presidente se vuelve la ruta de “fast track” a Los Pinos. Ese andamiaje institucional requerirá una cirugía mayor para permitir la construcción de mayorías legislativas estables.
Pero más allá del rediseño institucional, hará entender hará falta cambiar la forma en la cual se hace política en el país. Porque en México, muchos viven con la mano extendida. Con la palma abierta. Esperando la próxima dádiva del próximo político. Esperando la próxima entrega de lo que Octavio Paz llamó “el ogro filantrópico”. El cheque o el contrato o la camiseta o el vale o la torta o la licuadora o la pensión o el puesto o la recomendación. La generosidad del Estado, que con el paso del tiempo, produce personas acostumbradas a recibir en vez de participar. Personas acostumbradas a esperar en vez de exigir. Personas que son vasos y tazas. Ciudadanos vasija. Ciudanos olla. Recipientes en lugar de participantes. Resignados ante lo poco que se vacía dentro de ellos.

Porque el país no crece. Porque la economía no avanza. Porque el tiempo transcurre. Porque los pobres no dejan de serlo. Día con día, la desigualdad aumenta mientras la movilidad disminuye. En México es cada vez más difícil saltar de una clase a otra, de un decil a otro. En México, la brecha entre los de abajo y los de arriba es cada vez más grande, cada vez más infranqueable. Como lo revela un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo, el hijo de un obrero sólo tiene el 10 por ciento de probabilidades de convertirse en profesionista. Nacer en la pobreza significa – en la mayor parte de los casos – morir en ella.

Desde hace cientos de años, México le apuesta a los recursos naturales y a la población mal pagada que los procesa. Le apuesta a la extracción de materias primas y a la mano de obra barata que se aboca a ello. Se convierte en un lugar de pocos dueños y muchos trabajadores; de hombres ricos y empleados pobres. Crea virreinatos y haciendas y latifundios y monopolios. Concentra la riqueza en pocas manos y erige gobiernos que lo permiten. Gobiernos liberales o conservadores, priístas o panistas, compartiendo el mismo fin: un sistema que protege al capital por encima del trabajo; que mantiene baja la recaudación y no tiene recursos suficientes para invertir en la educación.

Y donde no hay impuestos recaudados, no hay gobiernos eficaces. No hay un Estado que invierta en su población. No hay partidos que se centren en el capital humano y como formarlo. No hay líderes que piensen en la educación como primera prioridad. En cambio, sí hay mucha obra pública. Muchos caminos y puentes y segundos pisos. Muchas maneras de obtener apoyos cortoplacistas y los votos que acarrean. Muchas formas de manipular al electorado en vez de representarlo. Muchas maneras de comprar el voto en vez de ganarlo. Muchas constumbres vivas en el PAN, en el PRI, en el PRD. Formas de ejercer el poder que mantienen a México agarrado de la nuca.

Creando sistema de clientelas en todos los ámbitos. Un sistema de élites acaudaladas, amuralladas, asustadas ante los pobres a quienes no han querido – en realidad – educar. Porque no quieren franquear la brecha que tanto los beneficia. Porque no tienen los incentivos para hacerlo. Allí están los choferes y los obreros y los maestros y las empleadas domésticas y los jardineros mal pagados. Los que asisten a la escuela por turnos y dejan de hacerlo porque no parece importante. Sin primaria terminada, sin preparatoria acabada, sin una carrera profesional para hacerlos productivos, competitivos, ciudadanos empoderados de México y del mundo.

Los muros – educativos, culturales, sociales, empresariales -- construidos contra los de afuera, obstaculizando la movilidad. Evitando el ascenso. Impidiendo el ingreso. De los pobres. De los provincianos. De los empresarios innovadores. De la competencia. De los que no tienen acceso al crédito. De los que aprovecharían las oportunidades reales si existieran. Y que cruzan la frontera en busca de ellas. Millones de mexicanos con múltiples trabajos, supervivientes ansiosos de un sistema que no funciona para ellos. Un sistema que opera a través de la exclusión, que se nutre de la marginación.

Frenando la competitividad del país ante un mundo globalizado. Obstaculizando el crecimiento de una economía que cayó de décimo a doceavo lugar. Llevando la frustración a las calles. Reforzando la desesperanza de los desposeídos. Arando el terreno para cualquiera que siembre promesas, que ofrezca recetas rápidas, que provea 50 puntos con los cuales salvar al país. Alimentando el éxodo y la exportación de talento que entraña. Conviertiendo a México en un país donde 1 de cada 5 hombres entre la edad de 26 y 35 años vive en Estados Unidos. Allá donde puede obtener un empleo y educar a sus hijos y dormir tranquilo y despertar con dignidad.

México tiene estabilidad, es cierto. México no ha padecido otra crisis económica, es cierto. México tiene el Programa Oportunidades, es cierto. Pero eso no es suficiente para consolidar una clase media. Para garantizar la movilidad social. Para construir trampolines que permitan saltar de la tortillería al diseño de “software”. Para darle ocho años más de educación al 20 por ciento de la población más pobre.

Algo está mal. Algo no funciona. Y va más allá del liderazgo y del partido y de la elección del 2006. Trasciende a Andrés Manuel López Obrador y a Roberto Madrazo y a Santiago Creel. Tiene que ver con una cuestión profunda, histórica, estructural. La apuesta que el país le hace a sus recursos por encima de su población. La extracción del petróleo sobre la inversión en la gente. La concentración de la riqueza que ese modelo genera. Las disparidades que acentúa. La población pobre y poco educada que produce. El comportamiento clientelar que induce. La ciudadanía poco participativa que engendra. Los recipientes apáticos que hornea, generación tras generación.

Y el círculo vicioso que institucionaliza. Ese patrón de comportamiento transexenal que condena a México al estancamiento, independientemente de quien llegue a Los Pinos y gobierne desde allí. Ese patrón de reformas parciales o postergadas. De privatizaciones amañadas o mal ejecutadas.

Hoy por hoy, las reformas estructurales tienen mal nombre, mala reputación. La población las mira con escepticismo y tiene razón. Fueron instrumentadas con buenas intenciones pero con malos resultados. Fueron llevadas a cabo supuestamente para modernizar pero sólo lo hicieron a medias. Privatizaciones mal concebidas que convirtieron monopolios públicos en monopolios privados. Privatizaciones mal reguladas que produjeron banqueros ricos y bancos desfalcados. Privatizaciones mal diseñadas que pusieron televisoras en manos de pillos y quienes los ayudaron a comprarlas. Privatizaciones rapaces que generaron dinero para el erario pero no crearon beneficios para los consumidores. Privatizaciones en las cuales el gobierno – en realidad – nunca quiso cambiar a fondo las reglas del juego.

Ese juego tradicional del “crony capitalism”, del capitalismo de cuates. Ese capitalismo de compinches que crea riqueza pero no la comparte. Ese andamiaje de privilegios que aprisiona a la economía y la vuelve ineficiente. Que inhibe el desarrollo de México en un mundo cada vez más plano. Que opera a base de favores y concesiones y colusiones que el gobierno otorga y la clase empresarial exige para invertir. Que concentra el poder económico y político en una red compacta que constriñe la competencia y ordeña a los consumidores. Que distorsiona la operación de los mercados y debilita la confianza en ellos. Que opera sin la regulación necesaria y muchas veces inexistente. Que tanto daño le ha hecho al país y a sus habitantes.

Mientras tanto, Mexico se ha convertido en el país de todo lo que no se hace porque el petróleo vale 60 dólares el barril. Ese subsidio que permite perder el tiempo; evitar las reformas indispensables; producir daño de largo plazo. Darle cosas a la población en vez de educarla. Porque como escribe Michael Ignatieff, los recursos naturales como el petróleo son un obstáculo para la democracia para cualquier país en desarrollo. Cuando un gobierno consigue lo que necesita vendiendo petróleo, no tiene que recaudar impuestos. Y un gobierno que no recauda impuestos pierde incentivos para responderle a su población. Convierte a sus ciudadanos en recipientes en vez de participantes. Esos que viven con la mano extendida en vez de la frente en alto.

Para romper ese ciclo histórico que mantiene a México maniatado harán falta reformas. Reformas que empoderen ciudadanos, que creen procesos eficaces de toma de decisiones en un gobierno dividido, que desmantelen los cuellos de botellas en la economía que inhiben la competitividad, la innovación y el crecimiento. Si esas reformas no ocurren, México estará condenado a cojear de lado en vez de caminar de frente. Estará cada vez cada vez más marginado de los mercados globales por países como India y China. Y seguirá siendo un país gobernado por presidentes – malos o peores – que le dan cosas a la gente en vez de empoderarla. Si esas reformas no son instrumentadas por quien gana en el 2006, México estará condenado a vitorear a su siguiente presidente, y cinco años después, terminar desilusionado con él.

Denise Dresser

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