miércoles, julio 22, 2009

México, país sin proyecto

José Miguel Moreno
El Semanario

Uno, tras las elecciones federales, se queda con la triste impresión de que el mexicano, en lo político, ha claudicado, como si ya nada bueno esperara de sus gobernantes y legisladores. El entusiasmo que irradiaban en el año 2000, con la salida del PRI de Los Pinos y la llegada de una nueva opción política con aires frescos de renovación y cambio, ha transmutado en decepción y apatía. Múltiples razones explican su desilusión.

Por citar algunas, se puede decir que en estos años no se ha logrado forjar una democracia más profunda; que las instituciones, en no pocos casos, se han degradado; que la mancuerna entre los gobernantes y la plutocracia no sólo no se ha desbaratado, sino que incluso se ha hecho más ostentosa; que no hay una dirección para democratizar las oportunidades individuales, para aplacar los privilegios y la inmensa desigualdad, ni para encauzar las reformas estructurales; que la corrupción sigue campando a sus anchas; y que el narco se muestra poderoso y violento frente a la debilidad del Estado. La catastrófica crisis económica y la inacción del gobierno para combatirla puso la puntilla a una situación de por sí desmoralizadora.

De modo que resulta natural que el mexicano haya abandonado toda esperanza del poder transformador de la política. En los últimos lustros, no ha habido ningún atisbo de querer construir un proyecto de nación autónomo, que explore nuevos mecanismos que compatibilice el crecimiento económico con la inclusión social, que mas allá del ramplón discurso patriótico busque realmente dar una merecida grandeza al país. Por el contrario, se ha limitado a un modelo de integración subordinada a EU cuyo fruto ha sido un crecimiento magro, poco equilibrado y escasamente sostenible.

Se suele decir que la política es la alternativa al azar. Por azar México es un país privilegiado: es vecino de la nación más poderosa del orbe y tiene petróleo, muchos recursos naturales y mucha costa. Pero nunca por el mero azar, aun siendo tan generoso, un país ha logrado un modelo de desarrollo nacional exitoso y duradero si no va acompañado de políticas públicas que invierta en educación y en infraestructura, y que en abierta asociación con empresas privadas (no sólo con el gran capital y sus facciones afines, sino sobre todo con la pequeña y mediana empresa) realice políticas industriales y comerciales activas de modo que se les abra su acceso a los mercados, los capitales y la tecnología.

Sin embargo, en México, sus políticos no hicieron (ni hacen) su trabajo, no se dedicaron a diseñar y coordinar estrategias dinamizadoras, sino que se han limitado a administrar (y por lo general, malamente) su afortunado azar: cuando les fue bien, con excesos y despilfarro, y cuando mal, como ahora, con estrecheces.

México necesita liberarse del destino que le ha marcado su azar. La libertad es la capacidad para realizar lo indeterminado: lo determinado es que México le venda petróleo a EU. Y también que maquile autos dados los bajos salarios del país. Pero lo indeterminado es que escape de la maquila, que exporte refino, energías renovables, tecnología para vehículos eléctricos, biotecnología, aviones, software, chips, o incluso maíz.

Pero para realizar lo indeterminado hace falta un Estado fuerte, no queriendo con ello significar autoritario, sino independiente de las élites propietarias, de modo que tenga capacidad para poner en práctica políticas públicas que atiendan los intereses colectivos y no a los de una minoría privilegiada. Y eso es lo complicado.

A pesar del discurso liberal de las élites empresariales, lo cierto es que la aplicación de esas políticas de manera incondicional, concretizadas en un rigurosa ejecución de políticas antimonopólicas, una democratización de las oportunidades empresariales y la eliminación de subsidios encubiertos o ventajas fiscales a las clases poderosas, amenaza en tal grado sus intereses que siempre se opondrán a ellas de manera visceral: por tanto, la aplicación integral de políticas liberales es ahora mismo en México inviable, y sólo se puede realizar de manera parcial y selectiva.

Y será así en tanto que a las élites mexicanas se resistan a estar gobernados por un Estado fuerte, tal y como aquí se ha definido; un Estado que favorezca la incorporación de los pequeños y medianos empresarios, de la mayoría no organizada, de la clase media trabajadora, a la vanguardia económica del país. Redefinir la estructura de los intereses del país es elemental para lograr una estrategia de crecimiento solidaria de largo plazo, que es la que vale.

Para eso es fundamental que el Estado mexicano sea fuerte y de los mexicanos, un Estado en el que la participación ciudadana en la política y su capacidad de movilización sea más alta, algo de lo que a juzgar por los resultados electorales, se está muy lejos. Entre tanto, estaremos abocados a los acuerdos aislados, inconexos, interesados, y de cortas miras de las facciones poderosas del país.

|